viernes, 18 de febrero de 2011

Una puerta en Londres

UNA PUERTA EN LONDRES.
Ejercicio narrativo publicado en Página de Arte de El Carabobeño el 6/4/80

Daniel Labarca T.

Una puerta en Londres posee un significado muy especial, ella centra el misterio y el encanto de la gran ciudad sumergida en esa atmósfera, que con tal precisión ya han descrito brillantes escritores británicos. Si esta se encuentra en la penumbra de una calle, puede conducir a un concurrido pub sin que nada en su exterior indique el número de contertulios, o puede conducir a un baño sauna o hasta un exclusivo club. Si la puerta está en el interior de un edificio el resultado no deja de ser sorprendente: esta pueda conducir a una tienda o a un taller, ajenos por completo al local de referencia o quizás a un pasaje que conduce nuevamente a la calle.

Es en esta incertidumbre que suele provocar una puerta en Londres, como gustaba de atisbar entre las hendijas de algunos frontales y así entrever los más diversos ambientes de los cuales, insisto, no podía sospecharse su existencia desde el exterior: pequeñas fábricas de confecciones de ropas, talleres de impresiones, clubes singulares, una convención de vendedores o de una congregación religiosa, una tienda de antigüedades o una pequeña agencia de viajes navieros. Todo ello sin más comunicación con el exterior que el de una puerta.

Ocurrió simplemente, que al salir del hotel donde nos hospedábamos, fijé mi atención en unos ventanales que mostraban un restaurante en la misma estructura del hotel. Sorprendido porque en mis recorridos por el interior del mismo no me había percatado de alguna señal o nombre que indicase la existencia de tal restaurante, opté por acercarme desde mi posición en la calle donde compraba un matutino, para conocer mejor los detalles de tan espléndidas mesas y de su posible entrada por el interior del hotel, toda vez que la entrada no podía hacerse desde la calle. Los turistas que se encontraban en una esquina observando un mapa de la ciudad, posiblemente oyeron el golpe de mi cabeza contra la gran lámina de vidrio, que esmeradamente transparente, resguardaba las ventanas del restaurante.
Para mí el impacto significó además, el choque de mis anteojos contra el fuerte vidrio, ocasionando el desprendimiento de la lente izquierda de la montura. La reacción de tratar de recogerla del suelo fue inmediata, pero el desequilibrio óptico producido por un ojo con cristal corrector de cuatro dioptrías y del otro sin nada, motivaron a taparme con la mano el ojo izquierdo y ver solamente por el derecho. Los turistas en la esquina ya no estaban y la lente no aparecía. En momentos de angustia  por el temor de que algún peatón o yo mismo pudiésemos hacer añicos el cristal desprendido, daba vueltas cuidadosamente con la vista hacia el suelo.
Pregunté a una transeúnte si podía ayudarme a encontrar ese objeto perdido, que inexplicablemente no aparecía en toda el área, pero esta al no encontrar tampoco nada, luego de unas miradas y de haber retrocedido unos pasos, sólo atinó a decir: ya aparecerá, ya aparecerá… La situación se complicaba, pasaba el tiempo y el cansancio de los músculos del ojo izquierdo al tratar de mantenerlo cerrado, junto al desequilibrio óptico ya mencionado obligaron a que me produjese un pequeño mareo. Recordé, sin embargo, con más precisión el sonido que produjo el impacto; con más tranquilidad aprecié que no hube escuchado ruido alguno del cristal contra el pavimento, palpé entonces los bolsillos laterales del paltó, del bolsillo superior pequeño, aun entre el sweater, pero nada, la lente no aparecía. Reconstruí obstinadamente los hechos, caminé nuevamente desde la esquina donde comprara el periódico hasta el sitio donde creí solo estaba la ventana, me golpeé con suavidad contra el ventanal protector y bajé la cabeza. Creí sospechar algo, sí, efectivamente sentía algo: un objeto muy liviano entre el ruedo de mi pantalón.

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